Hoy ingresábamos para inducción.

«Mi última ducha como embarazada», me dije mientras me miraba la barriga. 

Cogimos todo, estábamos nerviosos y fuimos al Hospital. Aparcamos en el parking, no nos apetecía dar vueltas para buscar sitio y no subimos la maleta. Ya la subiría Mikel cuando estuviéramos en la habitación o supiéramos qué iba a pasar.

Entramos, me cogieron los datos, ya estaba registrada y nos dirigimos a una puerta a la que tienes que llamar y salen a preguntarte «¿cómo estás? ¿aguantas?» recuerdo que me dijeron. Me pilló de nuevas. Claro, yo no estaba de parto y la mayoría que toca la puerta ahí es porque ya está de parto.

Me hicieron el primer tacto. Muy doloroso. Un chico. No me dijo si estaba de algún centímetro, pero luego a la tarde supe que había entrado de 1-2 cm. El shiatsu y los masajes en los riñones – coxis de mi chico durante todo el finde empezaban a dar sus frutos. Me pusieron mi primer propess.

Tuvimos que esperar un poco, pero enseguida me llevaron a planta. A la 2º planta. Todo estaba lleno, y la planta de partos vaginales no tenía espacio. Me subían a la segunda planta, la planta de las cesáreas. ¿Sería un presagio? Ni lo pensé.  Una habitación con dos chicas más, una conocida. Ambas no estaban de parto; una tenía tensión alta (preeclampsia) y la estaban vigilando porque todavía no tenía el bebé a término y no querían que diera a luz. La otra, la conocida, no hacía más que vomitar y estaba deshidratada. Ya llevaban ambas varios días en planta. Fueron mis compañeras, ellas y sus familiares, hasta el día 16 que bajaría a las 8.30 de la mañana a paritorios.

Casi al año he sabido que el 70% de las inducciones terminan en cesárea. 

Cuenta atrás 16 de enero de 2014. 22:42