Antes de ser mamá solía fijarme mucho en los niñ@s y sobre todo en las familias, sobre todo en parejas jóvenes como nosotros que tenían hij@s, nosotros seríamos unos de ellos (siempre hemos querido tener muchos hijos) y siempre tenía algo que comentar: que menudas horas para estar con el crío en la calle, que que pobre, ¿por qué le dejarán llorar tanto? Y tonterías por el estilo. Siempre, pensando que yo lo haría mejor. ¡Ingenua! Todo parecía tan fácil… 😉
Y llegó la hora de la verdad, y me convertí en esas madres a las que «yo criticaba». A las 9 todavía en la calle sin empezar con la operación «vamos a la cama, que hay que descansar»: baño, cena, juego/libro y teta. Y otras muchas, en las que Maite va en la silleta llorando desconsoladamente y yo, mirando al frente sin aparentemente, inmutarme.
Detrás de cada momento hay una historia: meriendas tardías o visitas prolongadas, rabietas sin sentido por no querer ir en la silleta o gritos de auxilio por tener que llevar los zapatos en los pies. Tonterías y nada más lejos de la realidad que el día a día de cualquier familia.
Así, que sí, a partir de ya nada de prejuicios tempranos a madres.